miércoles, 7 de noviembre de 2007

Aquellos inolvidables

En 1950, el cineasta catalán Luis Buñuel realizó en México una de sus tantas obras maestras: Los Olvidados, cinta en la cual propone una mirada inquisitiva hacia los jardines traseros, a las "obras negras" de las grandes urbes del mundo. La ciudad de México es la parte que representa un todo, una capital que bien podría equipararse con París, Londres o Nueva York en su tendencia a deshacerse, con la estrategia de la indiferencia, de los habitantes de ese jardín donde conviven seres de distinta naturaleza, y quienes se cohesionan por el abandono social y económico de un sistema del cual no son parte sino víctimas. La agudeza y sobriedad de la construcción narrativa y visual invita al acercamiento de una realidad donde los instintos primitivos de supervivencia, a costa de la suerte ajena, y el poder sobre los demás, toman el papel de vectores para hacer arrancar la trama y, a partir de ahí, salgan a flote actitudes nacientes en situaciones de crisis y desamparo, sin utilizar el ardid de la exageración ni el endulzamiento del final feliz (del verdadero final de Los Olvidados).

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PERFUME CORDOBES


A mis argentinas


Me inserto en el DF con el perfume de otra ciudad, pienso en los habitantes de aquel lugar donde nació mi nostalgia, en lo semáforos comunes que detiene la carrera hacia la hora de la cita, a las señales luminosas de precaución que ya nadie observa, a los rostros de individuos abstraídos en su destino (misterioso pero aburrido).
Cuando al pisar un paso cebra aspiro el perfume de esa otra ciudad, aquella rodeada de edificios rojos de ocho pisos, de Plaza San Martín, Chacabuco y San Jerónimo no dejo de sonreír, mirar al cielo y creer que permanezco dividida en dos ciudades.
Vuelvo a mirar al cielo. El sonido de un motor, el sol ardiendo en mis ojos, la silueta de un avión y el recuerdo de una mañana de aterrizaje me regalan una lágrima.
Comienzo a imaginar el próximo aéreopuerto cuyos retratos en las paredes no sean abrazos de adiós ni razas mezcladas entre maletas y boletos en mano con prisa. Veo un lugar con hombres y mujeres sin naciones, de ojos de la forma de la Tierra y piel color humano, en donde no haya puertas de salida o entrada, y quienes las busquen encuentren el idioma común, un esperanto funcional, construido de las vocales más primitivas, parecidas a aquellas que me acercan todos los días a vivir en dos ciudades simultáneamente
Por eso, cuando quiero burlarme de la realidad aprieto el frasco del perfume cordobés, dejo que las gotas caigan sobre mi pecho y me contagien de memorias imperecederas, mientras mi cuerpo transita día a día en el DF con ganas de vivir el verdadero presente.