domingo, 18 de noviembre de 2007

Descreencias

No importa qué tan alejados estemos de las metrópolis más importantes a nivel mundial, aquí, como en la gran mayoría del territorio del planeta pisado por la humanidad, las revoluciones tecnológicas en comunicación rebasan las fronteras más recónditas de la geografía y se introduce con voracidad en los planos ideológicos y mentales de los individuos. Esta desenfreno ha propiciado una cohesión de la especie: los seres humanos estamos, a veces inevitablemente, conectados.
Sin embargo, este acercamiento de nuestra especie se dibuja engañoso, como el león que a todo se le parece, ya que el alcance de las telecomunicaciones cumple su función de conector mientras construye un puente separatista dentro del inconsciente, ininteligible pero poderoso.
A través de la manipulación de la información mediante la televisión, internet u otros medios de comunicación global, se crean brechas gigantescas que desvirtualizan realidades, degradan el valor de la vida y se asimilan las catástrofes naturales y las guerras como parte de una cotidianidad negra pero inevitable.
Las imágenes de una pantalla de televisión convierten un paisaje de Nueva Zelanda en un lugar accesible, incluso para un centro-norteño mexicano: el mundo cada vez es más accesible para todos, y al mismo tiempo menos comprensible.
Por ejemplo, la distancia entre los niños desnutridos de África o las víctimas de la guerra en Irak, y un newyorkino del centro de Manhathan es la misma que hay entre el sillón de este último y su pantalla LCD, pero los abismos entre sus realidades no tienen una medida unificadora sino un abanico de diferencias territoriales, sociales y políticas.

¿Y Julio Ruelas?

Si de revisar en los recovecos de los artistas olvidados se trata, se encontrará en esas sombras lúgubres, junto a una mujer desnuda con cola de escorpión, a Julio Ruelas.
Feliz como la pareja que camina al lado de la muerte, quien los apunta con una escopeta
Golpeado con el látigo de la sensualidad mientras monta un cerdo desapasionado
Arinconado como un Sócrates domado por una feliz prostituta.
Sediento como Jesucristo en el seno de María de Magdala.
Único como su olvido, corriente como todos sus vicios
Muerto como su cuerpo, maldito como su trazo
Simbolista, modernista, surrealista
Muerte, mujer, exceso
Incompredido
común

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Aquellos inolvidables

En 1950, el cineasta catalán Luis Buñuel realizó en México una de sus tantas obras maestras: Los Olvidados, cinta en la cual propone una mirada inquisitiva hacia los jardines traseros, a las "obras negras" de las grandes urbes del mundo. La ciudad de México es la parte que representa un todo, una capital que bien podría equipararse con París, Londres o Nueva York en su tendencia a deshacerse, con la estrategia de la indiferencia, de los habitantes de ese jardín donde conviven seres de distinta naturaleza, y quienes se cohesionan por el abandono social y económico de un sistema del cual no son parte sino víctimas. La agudeza y sobriedad de la construcción narrativa y visual invita al acercamiento de una realidad donde los instintos primitivos de supervivencia, a costa de la suerte ajena, y el poder sobre los demás, toman el papel de vectores para hacer arrancar la trama y, a partir de ahí, salgan a flote actitudes nacientes en situaciones de crisis y desamparo, sin utilizar el ardid de la exageración ni el endulzamiento del final feliz (del verdadero final de Los Olvidados).

PERFUME CORDOBES


A mis argentinas


Me inserto en el DF con el perfume de otra ciudad, pienso en los habitantes de aquel lugar donde nació mi nostalgia, en lo semáforos comunes que detiene la carrera hacia la hora de la cita, a las señales luminosas de precaución que ya nadie observa, a los rostros de individuos abstraídos en su destino (misterioso pero aburrido).
Cuando al pisar un paso cebra aspiro el perfume de esa otra ciudad, aquella rodeada de edificios rojos de ocho pisos, de Plaza San Martín, Chacabuco y San Jerónimo no dejo de sonreír, mirar al cielo y creer que permanezco dividida en dos ciudades.
Vuelvo a mirar al cielo. El sonido de un motor, el sol ardiendo en mis ojos, la silueta de un avión y el recuerdo de una mañana de aterrizaje me regalan una lágrima.
Comienzo a imaginar el próximo aéreopuerto cuyos retratos en las paredes no sean abrazos de adiós ni razas mezcladas entre maletas y boletos en mano con prisa. Veo un lugar con hombres y mujeres sin naciones, de ojos de la forma de la Tierra y piel color humano, en donde no haya puertas de salida o entrada, y quienes las busquen encuentren el idioma común, un esperanto funcional, construido de las vocales más primitivas, parecidas a aquellas que me acercan todos los días a vivir en dos ciudades simultáneamente
Por eso, cuando quiero burlarme de la realidad aprieto el frasco del perfume cordobés, dejo que las gotas caigan sobre mi pecho y me contagien de memorias imperecederas, mientras mi cuerpo transita día a día en el DF con ganas de vivir el verdadero presente.