viernes, 21 de diciembre de 2007

Cuento

Un Nacimiento (Para S y S)


Al darle la vuelta a la llave del edificio S. pensó, este sentimiento es como jalarle a la palanca del excusado. Acarició su vientre, se imaginó un chorro de agua limpia envolviendo toda la materia de la que un día no quiso hablar, llevándosela al fondo de la memoria de su primera juventud. Tú eres el agua, dijo. En cuestión de segundos, quizá nueve, todo lo acontecido antes de ese momento se sustituyó por cierta sensasión, indescriptible hasta el instante en que subía el primer escalón de los 40 que faltaban.
En el segundo escalón el estómago abultado de S. se redujo como globo pinchado. En el descanso sus brazos ya envolvían al pequeño S. y ella creyó que sus piernas le fallarían, por un segundo (tan sólo por un segundo) tuvo miedo de caer. Se detuvo del pasamanos y el vértigo se apaciguó al tiempo que el capullo, pacífico y seguro en sus brazos, estiró una pequeña mano. Parece un capullo de mariposa envuelto en la cobija, tan pequeño y confiado. Lo apretó con ternura.
La altura ya no representaba ninguna especie de temor sino reflexión y pasión. La mano de pequeño S. acarició el rostro, sintió la textura de sus cabellos y aprehendió en la memoria del alma aquella mirada de grandes ojos negros. Pronunciaba mamá todavía sin descubrir que la llamaba mamá. Mientras tanto, las piernas de ella reafirmaban su convicción de seguir subiendo, a pesar de los pequeños ocho kilos que ahora cargaba. En el segundo piso lo hizo descender para entrenar y estrenar sus pasos. Una rodilla sobre el piso se adelantó y la imitación del andar de un gato fue el precedente de sus primeros pasos. Ella estaba orgullosa. La gran sonrisa de esos ojos negros animó las agallas del pequeño S. y quiso soltarse, pero un tambaleo hizo que las manos se reencontraran.
Los pies inestables se resbalaron y los bracitos ordenaron querer ser cargado, orden respondida por S. quien ya resentía los once kilos de un bebé de un año. Sólo 10 escalones faltaban para llegar al hogar donde el pequeño S. vivirá los mejores años de sus primeros descubrimientos del mundo.
Es como si hubiera jalado la palanca del excusado y se hubiera llevado los detalles que me estorbaban de mi vida, todo aquello que me alimentó y que me mató de inanición espiritual en algún tiempo pero que no hace falta recordarlo hoy porque hoy me envuelve el pequeño S. con ambos brazos y el pasado es arrastrado, sustituido por esta incorruptibilidad. S también pensó que quizá exageraba pero no importa porque me acompaña una cursi plenitud.
Al darle la vuelta a la llave abrir la puerta de su casa, S. pensó que lo del pequeño S. no fue un nacimiento unilateral, sino de dos protagonistas que surgieron de un mismo acontecimiento, y hoy no hacen más que tomarse de la mano y seguir caminando, despreocupados, ambos protegidos.

PERFUME CORDOBES


A mis argentinas


Me inserto en el DF con el perfume de otra ciudad, pienso en los habitantes de aquel lugar donde nació mi nostalgia, en lo semáforos comunes que detiene la carrera hacia la hora de la cita, a las señales luminosas de precaución que ya nadie observa, a los rostros de individuos abstraídos en su destino (misterioso pero aburrido).
Cuando al pisar un paso cebra aspiro el perfume de esa otra ciudad, aquella rodeada de edificios rojos de ocho pisos, de Plaza San Martín, Chacabuco y San Jerónimo no dejo de sonreír, mirar al cielo y creer que permanezco dividida en dos ciudades.
Vuelvo a mirar al cielo. El sonido de un motor, el sol ardiendo en mis ojos, la silueta de un avión y el recuerdo de una mañana de aterrizaje me regalan una lágrima.
Comienzo a imaginar el próximo aéreopuerto cuyos retratos en las paredes no sean abrazos de adiós ni razas mezcladas entre maletas y boletos en mano con prisa. Veo un lugar con hombres y mujeres sin naciones, de ojos de la forma de la Tierra y piel color humano, en donde no haya puertas de salida o entrada, y quienes las busquen encuentren el idioma común, un esperanto funcional, construido de las vocales más primitivas, parecidas a aquellas que me acercan todos los días a vivir en dos ciudades simultáneamente
Por eso, cuando quiero burlarme de la realidad aprieto el frasco del perfume cordobés, dejo que las gotas caigan sobre mi pecho y me contagien de memorias imperecederas, mientras mi cuerpo transita día a día en el DF con ganas de vivir el verdadero presente.